
Esta mañana me quedé helado cuando Rubén, el verdulero, me contó que lo asaltaron el viernes en la tarde y que su vida corrió peligro. No lo podía creer pese a que estos hechos son cotidianos.
Me contó Rubén, un trabajador cuentapropista que tiene un pequeño almacén en el barrio, que estaba con uno de los chicos que le ayudan. De repente se sorprendieron porque un hombre joven, de unos 20 años, entró al pequeño local y, con un arma en la mano, la levantó y cargó, diciendo al mismo tiempo “dame todo lo que tenés”.
El tipo les gritó que se tiraran al piso. Entonces se le acercó a Rubén y le apuntó a la cabeza diciéndole que lo mataría si no le entregaba el dinero que tenía. Y después le pidió más y más… siempre apuntándole con el arma.
Una vez que se convenció que en el almacén no había más dinero que el que le habían dado, el tipo salió a la esquina, y en la vereda, levantando el brazo mostró el arma en su mano, en un gesto de triunfo, de victoria…
“Estoy atendiendo porque me trajo la costumbre pero no quiero venir más” me dijo Rubén angustiado.
Los policías no alcanzan y nunca están donde tienen que estar, el gobernador y los funcionarios mal atienden la coyuntura de los servicios y los empresarios deciden el destino de la provincia. ¡Menos mal que al Rubén no le pegaron un tiro!
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