
Siempre ha sido así, sobre todo teniendo en cuenta que la educación es una acción cuyas consecuencias siempre son de mediano y largo alcance. Y sobre todo también en momentos especiales como el actual, de exacerbada violencia, en el que pareciera que se manifiesta estruendosamente por todos lados y con los más diversos e inimaginados medios.
Vemos a diario noticias que nos indican y nos manifiestan que la relación entre los alumnos y entre ellos y sus profesores, han tomado dimensiones que en algunos casos han comprometido la salud y hasta la vida de los mismos.
Y en momentos como estos, creemos oportuno como nunca, volver a manifestar una optimista y hasta ingenua apología de la educación como una herramienta poderosa y capaz para resolver armónica y sostenidamente, este y otros problemas emergentes de la sociedad contemporánea o imprecisamente definida como “posmoderna”.
Si nos remontamos a algunas de las tantas definiciones existentes sobre educación nos encontramos que es “la acción intencional de una sujeto en orden a la modificabilidad positiva de la conducta de otro u otros sujeto/s”. Entendido de esta manera los educadores profesionales y ante todo los padres poseemos esta capacidad en tanto tengamos la intención de tal.
Cuando como consecuencia de un pensamiento demasiado tecnocrático, pensamos con desánimo, que tanto los medios de comunicación con su programación chatarra, como los entornos socio-culturales que transitan nuestros hijos, tienen una enorme capacidad educativa y conformadora de sus conductas, en el fondo estamos claudicando. O estamos cediendo un espacio que nos pertenece por derecho y que posee un poder enorme y que como si fuera poco, está en totalmente en nuestras manos. O en el fondo no nos animamos a decir que lo que no queremos es precisamente ejercer este derecho.
Nuestros alumnos y fundamentalmente nuestros hijos, necesitan tener consigo, personas que tengan un profundo sentimiento de confianza, de esperanza, de certeza, de que el rol que estamos desempeñando como educadores, lo desempeñamos con absoluta y total seguridad y alegría.
La violencia es una manifestación de inseguridad, de miedo, de incapacidad de ver al otro como complemento y solo entenderlo como un enemigo. Todas estas virtudes sólo las puede apalancar la educación. Esa acción que puede lograr que cada sujeto desarrolle al máximo sus potencialidades, y poder vislumbrar en cada semilla el disfrute de la sombra y el aroma de un árbol añoso, es sencillamente un acto de esperanza.
Y de eso hablamos cuando hablamos de educar, de un acto de esperanza.
Lic. Alfredo S. Moretti
Consultor Educacional
Especialista en Evaluación y Gestión Educativa
asmoretti@yahoo.com
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